domingo, 21 de noviembre de 2010

¿Quieres besarme, Jacob?
Abrió los ojos a causa de la sorpresa, pero luego los entornó, suspicaz.
—Me tomas el pelo.
—Bésame, Jacob. Bésame y luego regresa.
Mirando hacia lo lejos, dio un paso inseguro en mi dirección, y después otro. Volvió el rostro para mirarme, lleno de dudas.
Le devolví la mirada. No tenía ni idea de cuál era la expresión de mi rostro.
Jacob vaciló sobre sus talones y después se tambaleó hacia delante, salvando la distancia que había entre nosotros en tres grandes zancadas.
Sabía que se aprovecharía de la situación. Lo esperaba. Me quedé muy quieta, con los puños cerrados a ambos costados, mientras él tomaba mi cabeza entre sus manos y sus labios se encontraban con los míos con un entusiasmo rayano en la violencia.
Pude sentir su ira conforme su boca descubría mi resistencia pasiva. Movió una mano hacia mi nuca, encerrando mi cabello desde las raíces en un puño retorcido. La otra mano me aferró con rudeza el hombro, sacudiéndome y después arrastrándome hacia su cuerpo. Su mano se deslizó por mi brazo, asiendo mi muñeca y poniendo mi brazo alrededor de su cuello. Lo dejé allí, con la mano todavía encerrada en un puño, insegura de cuan lejos estaba a dispuesta a llegar en mi desesperación por mantenerle vivo. Durante todo este tiempo, sus labios, desconcertantemente suaves y cálidos, intentaban forzar una respuesta en los míos.
Tan pronto como se aseguró de que no dejaría caer el brazo, me liberó la muñeca y buscó el camino hacia mi cintura. Su mano ardiente se asentó en la parte más baja de mi espalda y me aplastó contra su cuerpo, obligándome a arquearme contra él.
Sus labios liberaron los míos durante un momento, pero sabía que ni mucho menos había terminado. Siguió la línea de mi mandíbula con la boca y después exploró toda la extensión de mi cuello. Me soltó el pelo y buscó el otro brazo para colocarlo alrededor de su cuello como había hecho con el primero.
Y entonces sus brazos se cerraron en torno a mi cintura y sus labios encontraron mi oreja.
—Puedes hacerlo mucho mejor, Bella —susurró hoscamente—. Te lo estás tomando con mucha calma.
Me estremecí cuando sentí cómo sus dientes se aferraban al lóbulo de mi oreja.
—Eso está bien —cuchicheó—. Por una vez, suéltate, disfruta lo que sientes.
Sacudí la cabeza de modo mecánico hasta que una de sus manos se deslizó otra vez por mi pelo y me detuvo.
Su voz se tornó acida.
— ¿Estás segura de que quieres que regrese o lo que en realidad deseas es que muera?
La ira me inundó como un fuerte calambre después de un golpe duro. Esto ya era demasiado, no estaba jugando limpio.
Mis brazos estaban alrededor de su cuello, así que cogí dos puñados de pelo, ignorando el dolor lacerante de mi mano derecha y luché por soltarme, intentando apartar mi rostro del suyo.
Y Jacob me malinterpretó.
Era demasiado fuerte para darse cuenta de que mis manos querían causarle daño, de que intentaba arrancarle el pelo desde la raíz. En vez de ira, creyó percibir pasión. Pensó que al fin le correspondía.
Con un jadeo salvaje, volvió su boca contra la mía, con los dedos clavados frenéticamente en la piel de mi cintura.
El ramalazo de ira desequilibró mi capacidad de autocontrol; su respuesta extática, inesperada, me sobrepasó por completo. Si sólo hubiera sido cuestión de orgullo habría sido capaz de resistirme, pero la profunda vulnerabilidad de su repentina alegría rompió mi determinación, me desarmó. Mi mente se desconectó de mi cuerpo y le devolví el beso. Contra toda razón, mis labios se movieron con los suyos de un modo extraño, confuso, como jamás se habían movido antes, porque no tenía que ser cuidadosa con Jacob y desde luego, él no lo estaba siendo conmigo. Mis dedos se afianzaron en su pelo, pero ahora para acercarlo a mi.
Lo sentía por todas partes. La luz incisiva del sol había vuelto mis párpados rojos, y el calor iba bien con el calor. Había ardor por doquier. No podía ver ni sentir nada que no fuera Jacob.
La pequeñísima parte de mi cerebro que conservaba la cordura empezó a hacer preguntas.
¿Por qué no detenía aquello? Peor aún, ¿por qué ni siquiera encontraba en mí misma el deseo de detenerlo? ¿Qué significaba el que no quisiera que Jacob parara? ¿Por qué mis manos, que colgaban de sus hombros, se deleitaban en lo amplios y fuertes que eran? ¿Por qué no sentía sus manos lo bastante cerca a pesar de que me aplastaban contra su cuerpo?
Las preguntas resultaban estúpidas, porque yo sabía la verdad: había estado mintiéndome a mí misma.
Jacob tenía razón. Había tenido razón todo el tiempo. Era más que un amigo para mí. Ése era el motivo porque el que me resultaba tan difícil decirle adiós, porque estaba enamorada de él. También le amaba mucho más de lo que debía, pero a pesar de todo, no lo suficiente. Estaba enamorada, pero no tanto como para cambiar las cosas, sólo lo suficiente para hacernos aún más daño. Para hacerle mucho más daño del que ya le había hecho.


Crepusculo